Inspiradas en las ninfas, bellas deidades de la mitología griega que gustaban de los placeres, aquellas mujeres de temple volátil y desenfrenado deseo sexual hacia el hombre son encasilladas dentro del renglón de las ninfómanas. Un término que desde su definición lleva al terreno de lo relativo: aquella que muestra un deseo sexual “anormalmente intenso e incontrolable”. Hoy en día hasta los especialistas reconocen que no hay reglas absolutas para determinar cuánto es demasiado.
Alfred Kinsey, precursor en el estudio del comportamiento sexual humano en los Estados Unidos, trató con ironía el asunto de la ninfomanía: afirmaba que una ninfómana es sólo “alguien que tiene más sexo que tú”, estableciendo la condición absolutamente relativa en cuanto a los límites de la normalidad en materia de apetencias y necesidades sexuales. Y es que en un mundo de libertad en el ejercicio de la sexualidad, es difícil definir en qué momento querer más se convierte en patológico. Hasta el infinito puede ser saludable.
El mito, sin embargo, se ha encargado de construir biografías imposibles y hazañas que todos los García Márquez de este mundo llamarían babilónicas.
Es o no es
Según documenta la investigadora estadounidense Carol Groneman en su libro Una historia de la Ninfomanía, la figura de la ninfómana es un mito cuya presencia ha sido constante en la sociedad occidental desde el siglo XIX, en el que, más que las evidencias científicas, ha pesado el rol social asignado a las mujeres en cuanto a su posición frente al deseo sexual.
Para Marco Aurelio Denegri, la ninfomanía es una clasificación que no se ajusta a la realidad. “No se puede comparar la potencia sexual y la capacidad de disfrute en términos absolutos. La capacidad de respuesta orgásmica en la mujer es superior: puede tener hasta 100 orgasmos en una hora y sin necesidad de varón, sino con un vibrador. Además una persona con más experiencia suele buscar más, pero eso no es psicopatológico. Pero eso de las mujeres devoradoras de hombres es más un espejismo que una realidad, porque para lograr esas hazañas se debe tener una potencia extraordinaria inherente. Eso no es lo común y está determinado además por otros factores”.
Trasladados al terreno estrictamente científico, ese deseo intenso, persistente y actuado de tener contacto sexual no siempre es una experiencia agradable. Puede tratarse de una verdadera patología de hipersexualidad o adicción al sexo cuando puede llevar a una mujer a abandonar su vida social, escolar o laboral por tener encuentros sexuales con otros o por medio de otros medios de autosatisfacción.
Con la progresiva liberación femenina en materia sexual es cada vez más difícil encontrar una mujer que, viendo aumentado su deseo sexual, considere su conducta como patológica. Aunque es cierto también que el aumento del deseo erótico puede tener, en algunos casos, causas orgánicas: lesiones o tumores en la zona límbica del cerebro pueden alterar la conducta sexual. “Hay un caso documentado por la sexología española, en el que una mujer pensaba y buscaba sexo todo el tiempo, donde sea y con quien sea. Se descubrió que tenía una tumoración en el cerebro y luego de extirparse ese deseo incontrolable desapareció”, comenta Denegri.
También algunos cambios hormonales pueden desatar una compulsión sexual aunque ese estado resulta pasajero. Lo mismo sucede algunas enfermedades psiquiátricas. “En los trastornos maniaco depresivos, suele darse que en la fase de manía la libido se eleva y la persona presenta un deseo sexual exacerbado”, dice el doctor Mariano Querol, que afirma que en sus más de 60 años de práctica profesional nunca ha visto un caso clínico de ninfomanía.
Las ninfómanas modernas
Ajenas a prejuicios o culpa, las “ninfómanas” modernas son simplemente las mujeres que viven su sexualidad a plenitud. Algunas usan el término con ironía y conociendo la carga de prejuicio que aún se cierne sobre ellas por su conducta diferente. Lo hizo hace varios años Valerie Tasso, autora del libro Diario de una Ninfómana, en el que la palabra “ninfómana” que viene en el título, no es otra cosa que un guiño que empleaba la autora para burlarse de cómo se suele calificar despectivamente a las mujeres que tienen una fuerte pulsión sexual o carga erótica, y a las que, simplemente, les gusta practicar el sexo a menudo donde y con quien les apetece.
Pero quizás quien mejor represente esa corriente de mujeres dispuestas al disfrute pero reacias a las etiquetas, sea la francesa Catherine Millet, que a través de la literatura hace el recuento pormenorizado de sus encuentros amorosos con hombres cercanos e incluso desconocidos. En su libro titulado La vida sexual de Catherine Millet, la mujer afirma que en las relaciones sexuales ha encontrado una forma de comunicación con los hombres que no se le da fácilmente en otros órdenes de la vida.
“La mayoría de compañeros de sexo de Catherine Millet aparecen como siluetas de paso, tomadas y abandonadas al desaire, casi sin que mediara un diálogo entre ellos. Individuos sin nombre, sin cara, sin historia, los hombres que desfilan por este libro son, como aquellas vulvas furtivas de los libros libertinos, nada más que unas vergas transeúntes”, escribió Mario Vargas Llosa en una columna dedicada a este libro que Millet publicó en 2001.
Esta mujer quizá pionera ha demostrado que no sólo los varones son capaces de relacionarse de una manera ajena al apego y la emoción. Como menciona Vargas Llosa en el mismo artículo “se equivocaban quienes creían que el sexo en cadena, mudado en estricta gimnasia carnal, disociado por completo del sentimiento y la emoción, era privativo de los pantalones”. Quizá la verdadera igualdad de los sexos tenga aquí una bizarra expresión.
Claudia Blanco
Periodista. Editora de MQT.