Treinta y seis años después de haber hecho de la búsqueda su única misión, 36 mujeres y un varón se permiten reír y bailar, dejan que su cuerpo nos hable de su dolor pero también de su fortaleza, mostrándonos que el espíritu guerrero que les ha ayudado a resistir por tanto tiempo está lleno de esperanza, de ganas de sanar. Solo esperan encontrar para poder estar en paz.
En Ayacucho, una de las zonas más golpeadas por la violencia, la Asociación de Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos de Perú (Anfasep) es ese faro que acompaña la búsqueda y las socias que la integran, una poderosa hermandad que través del trabajo conjunto mitiga la angustia de continuar la vida con esa enorme interrogante rondando la mente: ¿Dónde está ese hermano, ese esposo, ese hijo perdido?
Este año, después de mucho tiempo, acompañadas por el Comité Internacional de la Cruz Roja y por Sala de Parto, un grupo de ellas ha elegido recordar a sus seres queridos de una manera diferente: van a hablarles del presente, van a compartir las buenas noticias con esos ausentes que están siempre en su memoria.
Juana Carrión Jaulis quiere contarle a su hermano Ricardo que uno de sus nietos lleva su nombre, que sus dos hijas -las niñas que no pudo ver crecer por culpa de la barbarie- ahora son mujeres adultas que formaron un hogar lejos de casa pero siguen extrañándolo como el primer día. “Una vive en España y otra en Alemania, y hace un mes, cuando nos entregaron a mi hermano, vinieron.
Era importante para ellas y para toda la familia poder darle cristiana sepultura. Ahora podemos estar tranquilas”, dice la mujer que aún espera por otro hermano, Teófilo, que desapareció hace 30 años.
Todos estos años de lucha y lágrimas los convirtió en danza en Allin Willakuykuna, una presentación artística que por primera vez le ha permitido a ella y a otras tantas familias conmemorar el día de los muertos sin el velo de la tristeza.
Ricardo tenía 28 años, era artesano y estudiante de economía de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. Un día salió a entregar una encomienda para Lima con sus trabajos y no volvió más.
Sólo unos cuantos rastros de su detención y luego un silencio hondo, interminable. Lo mismo pasó con Teófilo, pocos años después. Desde entonces, Juana no ha dado tregua a su deseo de recuperar a sus hermanos.
Como ella, Víctor Núñez Conde, el único varón que ha participado en este taller de expresión a través de la danza, también quiere recordar y dar buenas noticias a su padre y a su hermano, desaparecidos hace más de tres décadas en un anexo de Chuschi.
Él, que participa en la asociación en representación de su madre fallecida hace dos de años, quiere compartir la satisfacción por haber hecho realidad el anhelo mayor del patriarca de los Núñez: que sus hijos fueran profesionales.
“Es lo que más quería mi padre. Y ahora dos somos maestros y uno es enfermero. Nos formamos y vivimos de nuestro trabajo, honradamente, siempre recordando su ejemplo”, dice el hombre que tenía solo 14 años cuando quedó huérfano.
En medio del ensayo, en el que participa el grupo dirigido por la coreógrafa Mónica Silva y el director de teatro Alejandro Clavier, las mujeres concentradas en afinar los pasos señalados encuentran un espacio para canalizar todos esos sentimientos guardados y muchas veces tan difíciles de procesar.
Hay, además, risas de nerviosismo, expectativa por un evento tan inusual en sus vidas. Un crisol de emociones tan distintas a las que han vivido por tanto tiempo.
“Esto ayuda mucho a las madres. Pueden compartir sus historias y superar con alegría esos momentos tan difíciles que les ha tocado vivir”, dice Rita Labio, estudiante de antropología que también participa del grupo de mujeres que danzan en el atardecer de este primer sábado de noviembre.
Adelina García es una de las viudas producto de la violencia y actualmente preside Anfasep.
Ella comparte la opinión sobre el valor de esta iniciativa, y como líder del grupo es no solo una de las más activas promotoras de esta lucha por encontrar sino que ha hecho de la reivindicación de la alegría una necesidad vital para hacerlo con más fuerza. “No nos quedarnos solo en la búsqueda. Nosotras sacamos adelante a nuestros hijos y a nuestra organización», dice Adelina.
«Cuando nos propusieron bailar, primero pensamos cómo podríamos hacerlo, pero lo hemos hecho para recordar de otra manera, porque ese día siempre ha sido triste y esta vez ha sido diferente”, agrega.
En el Perú, alrededor de 20,511 personas desaparecieron durante los años de violencia. Pese a que la búsqueda avanza, hay aún miles de familias que esperan recuperar los restos de sus seres queridos. Que eso se logre sería la mejor noticia. Para todos.
Escribe: Claudia Blanco
Video: Carlos Ormeño