Alessia Injoque es una ingeniera y escritora transgénero peruana que vive en Chile desde hace una década. A sus 37 años se considera una mujer empoderada que ha pasado por una serie de cambios radicales. Ella misma los señala como una historia de contradicciones que marcaron la relación con su madre y consigo misma.
A mediados del 2017, su rostro fue la portada de la revista chilena “Qué pasa”, una importante publicación que es un símil de lo que en Perú sería la revista Caretas. En ese país se debatía la ley de identidad de género y la noticia era la historia de vida de Alessia. Pasó de ser un ingeniero de la empresa Cencosud a una mujer transgénero en ese mismo puesto. Además, se convirtió en una activista en contra de la discriminación y promotora de la norma que el gobierno promulgó en noviembre del 2018.
Su padre y su madre eran pastores evangélicos y hasta hace poco, siendo aún Alejandro Injoque, era un joven que se ajustaba a los parámetros de la sociedad que lo vio crecer. Estudió en el colegio Recoleta en donde le gustaba jugar fútbol, luego cursó la carrera de ingeniería industrial en la Universidad de Lima, tuvo varias enamoradas y cuando se convirtió en un adulto se casó.
Cuando tenía siete meses de enamorado con la mujer que se convirtió en su esposa, le contó que a veces se travestía. Ambos entraron en llanto, mientras que Alessia (quien aún era Alejandro) pensaba que su relación se había acabado. Pero eso no sucedió pues continuaron hasta el matrimonio.
“De alguna forma ella aprendió a quererme con esta diferencia, que me travistiera. Y a partir de eso poco a poco dejé de odiarme y comencé a explorar quién era. Empecé a entenderme, a quererme y di pequeños pasos para este proceso, porque una vez que lo pronuncias, no hay marcha atrás”, nos cuenta.
Hoy la relación se ha terminado, pero no por falta de cariño. Hace poco Alessia declaró a un medio chileno sobre su ruptura: “yo no pude ser el hombre cisgénero que ella necesitaba y ella no podía ser la lesbiana que yo quería”.
Con su madre, sin embargo, la situación fue distinta desde que Alessia decidió asumir su sexualidad públicamente, a mediados de julio del 2017. Cuando le contó que era trans, lo primero que le preguntó fue si la habían violado. “Esa es una pregunta que le haces a alguien que crees que está profundamente dañada. Y ella asociaba ser trans con haber sufrido un daño o con ser una persona que está mal y que necesita ayuda”, nos cuenta.
“Después me dijo que por qué tenía que exhibirse, que si no podía hacerlo en privado, que no vaya a ser como esas mariquitas que están coqueteándole a los hombres casados de la calle. Y en general palabras muy duras. Yo no la entendía en ese momento. El día que salí del clóset con toda la familia, ella les pidió perdón, diciendo que no sabía y que en verdad no pudo hacer nada”, recuerda Alessia conmocionada.
Sin embargo, poco a poco esto fue cambiando. Meses después, en diciembre del 2017, su madre le habló para decirle que estaba comprendiendo que Alessia era un mensaje de dios para que aprenda a no discriminar a las personas. En julio de este año le habló nuevamente para decirle que la quería y que estaba orgullosa de ella.
“Yo no soy particularmente religiosa, pero entiendo que serlo es bueno para algunas personas, aunque es mejor si no enfocan sus creencias negativamente. Hay suficiente espacio en la fe que se predique para entender que dios es amor y que hay que amar al prójimo”, comenta.
Alessia es consciente de que su caso es atípico en el común denominador de las personas transgénero. Tuvo el privilegio de recibir una buena educación y de que, a pesar de todo, sus padres le dieran herramientas para defenderse en la vida. Desde su actual perspectiva, mira su vida pasada con asombro, porque la transición le está permitiendo ver cosas de la vida que antes no valoraba.
“Yo nunca me hubiese puesto a pensar de que no me darían un trabajo por discriminarme, eso nunca estuvo en mi radar. Si a mí no me daban el puesto era porque había alguien mejor, quizá alguien con vara, pero nunca por ser un hombre blanco. La discriminación para mí no existía. Y no me había puesto a pensar que del otro lado había mujeres, personas no blancas que sí eran discriminadas. Fui tomando conciencia de las cosas que me hicieron abrir los ojos”, recuerda.
Su libro, “Crónicas de una infiltrada”, aún no llega al Perú, pero Alessia espera que alguna editorial se interese. Considera que el texto es una catarsis personal, pues hay capítulos enteros que fueron escritos entre lágrimas.
No planea retornar a nuestro país, en Chile tiene una ley que la protege en las calles y en el trabajo. Una norma que vela por las personas transgénero, para que la sociedad empiece a respetarlas y a no colgar estereotipos sobre ellas, una ley que más temprano que tarde, será realidad también en el Perú.
Escribe: Laura Grados