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Mujeres Que Transforman es una plataforma que busca visibilizar los emprendimientos que realizan las mujeres en el Perú, así como las problemáticas y desafíos al que se enfrentan día tras día.

Rebelde con causa

“Cuando estaba en quinto año de secundaria, lo único que quería hacer era salir del colegio y romper de una vez con mi burbuja”, con esas palabras, Martha Ocampo Chávez resume lo que ella considera el momento en el que empezó a transformar su entorno.

Tiene 23 años, es egresada de la escuela de Artes Escénicas de la Universidad Católica del Perú y ya ha creado una obra de teatro que se estrenó como parte de un curso de final de la carrera. “Deconstruidas” fue una iniciativa que surgió a partir del deseo de hacer algo que además de arte tenga un propósito social. La obra es protagonizada por cuatro mujeres que hablan de lo que les sucede a diario: aborto, acoso sexual, homosexualidad, entre otros temas que evidencian la sociedad machista en la que nos toca desenvolvemos. La encargada de diseñarla fue la dramaturga y psicóloga, Carolina Black Tam, quien demoró varios meses en construir, si cabe el término, “Deconstruidas”.

La pieza estuvo durante los primeros nueve días de diciembre en la Casa Pausa, un pequeño espacio para el arte en Miraflores, en ella actuaron Martha y las actrices Ana Claudia Moca, Cheli Gonzales y Silvana Cañote bajo la dirección de Rebeca Ráez. La idea es que este 2018 vuelva a ver la luz.

 

DECONSTRUYENDO A MARTHA

Martha Ocampo es la única hija de la excongresista fujimorista, Martha Chávez quien, aún lejos de la vida política, continúa siendo representante del ala conservadora del país. A pesar de estar en las antípodas del pensamiento de su madre, la joven actriz está agradecida por la formación integral que recibió y que durante su adolescencia le ayudó a desarrollar su sentido crítico. “Todos los humanos tenemos contradicciones, unos más que otros. Mi madre también. No siempre es una persona conservadora”, dice. Inmediatamente recuerda que de los tres tatuajes que tiene en el cuerpo -uno de ellos es un colibrí a la altura de la clavícula-, dos se los hizo acompañada de la excongresista. Y que, además, Martha mamá también tiene un tatuaje: un caballito de mar en una de sus muñecas.

Aún así la relación más horizontal es con su padre, el periodista Javier Ocampo, quien ha sido el gestor de su vocación por el arte. “Mi papá compraba videos de conciertos de Queen, me hacía escuchar a los Beatles, le gusta la música criolla y traía muchas películas”, nos cuenta.

A los 13 años les pidió a sus padres que la matriculen en la escuela de danza D1 de la coreógrafa Vania Masías. Ellos aceptaron pensando que se trataba de un gusto de niñez, sin imaginar que ese sería más bien el futuro. Un vuelco de 180 grados a los planes que tenían para ella.

“En D1 encontré profesores que salían de situaciones económicas difíciles, algunos sin estudios porque no podían pagar una carrera pero que salieron adelante a través del arte. También encontré amigos gays. Me daba cuenta que la pasaba mejor con ellos que con mis amigas del colegio”, confiesa.

Martha Ocampo estudió en el colegio San Silvestre, uno de los más caros del país, pero en sus palabras sobre ese lugar denota una especie de ruptura con la clase social en la que creció.

“Estamos envueltos en un mundo totalmente perfecto. No vemos lo que pasa afuera. Lo que yo critico mucho a mi colegio es no recordarle constantemente a sus alumnos que son parte de una clase privilegiada y que están ahí por suerte, porque nacieron en el lugar y el momento correcto. Y que justamente por eso tienen una mayor responsabilidad con respecto a los cambios en su país”, dice.

Lleva en el cuello un collar de huayruros y semillas que le compró hace años a una señora que estaba vendiendo afuera de la universidad y lleva sus manos hacia éste cada vez que nos cuenta algo muy personal sobre su vida. Al collar le acompañan unos aretes y una pulsera dorados, que fueron regalos de su madre.

Su más grande sueño es actuar y dirigir cine. Cuando le preguntamos sobre lo que significa el feminismo para ella, que es la razón de nuestra extensa conversación, contesta con seguridad que su más grande ejemplo de feminismo es su propia madre. Aunque eso pueda parecer extraño hasta para la propia Martha Chávez que no se reconoce como tal, entre otras razones, por relacionar ese concepto directamente con el aborto.

Martha Ocampo Chávez es paciente con lo que le toca lidiar en la cotidianeidad, incluyendo ese morbo que despierta por ser hija de una figura amada por unos y odiada por otros. Con los años está cada vez más convencida de que los seres humanos, especialmente las mujeres, vivimos en constante proceso de reinvención y que lo que importa finalmente es que sea posible vivir en absoluta igualdad.


Laura Grados
Periodista. Escribe en Utero.pe