“El retorno al océano”, el subtítulo que lleva el documental Pacificum, parece a la vez una declaración personal de Evelyn Merino. Fue en las playas del sur de Lima donde cultivó una conexión que por muchos años se le esfumó como arena entre los dedos. Ahora que va llegando a la etapa final de la presentación del film con el que ha retratado toda la costa del país y alcanzado el Primer Premio del Público en el Festival de Cine de Lima 2017, parece haber terminado de despejar el camino que no encontró abierto cuando terminó el colegio “queriéndolo todo” y “todo”, quizá aún no lo sabía aunque ahora parezca evidente, era el mar.
A falta de la existencia de una carrera de biología marina por esos años, tanteó la pintura que le sentó las bases que asegura que la sostienen hasta ahora, sintió los primeros atisbos de motivación personal con la arquitectura de interiores y terminó descubriendo un lugar en la fotografía al retratar edificios en Suiza que le hizo darse cuenta que pasaba encerrada demasiado tiempo tras cuatro paredes. “Me di cuenta”, recuerda, “que podía estar en la naturaleza, avanzando, viajando, en ruta, algo”.
“Cualquiera que ha tenido la oportunidad de tener los clásicos tres meses de verano en los que te mudas a la playa y eres bastante libre para ir de playa en playa buscando olas, guarda un cierto sentido de búsqueda, de libertad o de independencia”, recuerda de su infancia ahora.
Tras dejar las oficinas, de vuelta a Lima, una ciudad que le parecía aburrida y a la que regresó por no tener otra opción, lo primero que tuvo a la mano a fue una invitación a volar en parapente que redefinió para siempre su concepción de la capital y su búsqueda constante.
“Desde el aire me enamoré completamente de la ciudad. Empecé a descubrir nuestra geografía y luego los contrastes de vida. Quizá porque estudié arquitectura y estaba acostumbrada a ver las cosas como planos sentí que era un lenguaje que era muy fácil de reintepretar”, explica. “Las mismas cosas que yo veía desde el piso eran muy distintas cuando las veía desde arriba”.
Más de diez años después, el resultado de ello fue Lima Más Arriba, un libro de casi trescientas páginas que recorre la ciudad a través del mar y se introduce por los ríos Rímac, Lurín y Chillón. Se trata de un retrato aéreo que si bien tiene el foco puesto en la actualidad, emana un sentido histórico. De hecho, es el eslabón actual de Memorias de Lima, el trabajo de recopilación muy similar que llevó a cabo el arquitecto Juan Gunther al recopilar documentos visuales desde los primeros habitantes de Lima. Lima Más Arriba puede que se sea la vía más útil, real y estética para sentirse parte de una ciudad que se extiende y pierde en toda dirección.
Pero durante todos los años de registro, hubo una imagen que Merino no podía olvidar: la mancha marrón que se incrustaba en el mar producto de los desagües de los distritos de Villa El Salvador, Chorrillos, Surco y San Isidro.
“Uno ve algo así y piensa que el mar debe estar muerto, y no es así, porque paralelo a eso vi en la Costa Verde la cantidad de delfines y aves que habían y pensaba en la cantidad de fauna marina que nunca había visto”, lo recuerda sorprendida, como si estuviera volviendo a caer en la cuenta de ello. “Si no es porque me trepo a un avión, no hubiera entendido que lo que hay encima de la Isla de La Ballena, en Pachacamac, no es tierra, sino una especie de piel de aves, bufeos, lobos marinos. ¿Cuánto más habría debajo del agua?”.
Cuando el historiador Henry Mitrani, su mano derecha en cada uno de los proyectos, le propuso que había que hacer algo con el mar, Merino ya tenía el punto de partida de lo que sería Pacificum.
“Esa imagen era el ejemplo de la separación que hay entre el mar -tan crucial para nuestras vidas-, y la gente. Nuestra nueva ruta era la relación entre el hombre y el mar, que no podría haber visto sin ver primero la ciudad”.
Durante los cinco años de rodaje ha luchado por encontrar el punto medio entre una propuesta artística y un objetivo educativo -una búsqueda constante en cada uno de sus trabajos-, y buscar soluciones técnicas como entender los ciclos de respiración de las ballenas para que coincidan con los siete minutos de vida de la batería de un dron. En medio de ello, Merino ha vuelto a sentir la picazón de la biología marina, aquel camino que no encontró abierto hace casi veinte años atrás, pero el que ha terminado recorriendo a su manera.
Si, como se explica al inicio de Pacificum, los antepasados establecieron templos a lo largo de la costa para remarcar su relación de respeto con algo tan superior como el mar -“la sangre del planeta”, le dice-, ella parece buscar una reconexión similar con sus cientos de fotografías y su primer documental.
Pero entre el deseo de culminar una colección de fotos aéreas de distintas ciudades del país y superar las profundidades del mar para la segunda parte de Pacificum, Merino también ha recibido el llamado de atención de su hijo de ocho años. Por eso, por ahora, parece tranquila habiendo encontrado un colegio hacia las afueras de Lima que le permite compartir las dos primeras horas del horario con él y luego continuar, por la carretera, hacia el mar.
Raúl Lescano
Periodista. Ha sido editor de la revista Poder.