Cuando la poeta Valeria Román era pequeña se entretenía hojeando los periódicos que encontraba en su casa. Esas primeras lecturas la incentivaron a explorar en la escritura. Creció rodeada de mujeres que salieron adelante solas. “Mi abuela era el sostén de la familia, mi madre tuvo que trabajar sin ayuda de mi padre para mantenerme. Crecí en un matriarcado y sabía que no dependía de nadie para lograr mis objetivos”, recuerda Valeria.
Esta experiencia la predispuso a simpatizar con el feminismo, a comprender la importancia de la autonomía-no solamente financiera sino también sentimental- y a explorar la política de las mujeres. “Una no se construye sola, muchas mujeres tenemos la suerte de recibir una formación que nos permite abrir canales para que otras mujeres que no tienen el acceso puedan incidir”, dice Valeria.
Su interés por la poesía inició en los pasillos de la biblioteca de su colegio, donde descubrió a Blanca Varela, César Vallejo, José Watanabe y a Javier Heraud, siendo este último uno de los que más impacto le causaría, no solamente por lo íntimo y poderoso de su poesía sino porque con él compartía la juventud y ese amor precoz por los versos. A sus veinte años, ha publicado el poemario “Feelback” y el libro “Matrioska”, ganador del X Premio José Watanabe Varas.
La experiencia en el círculo poético, sin embargo, no ha estado solo marcada por reconocimientos sino también por algunos tragos amargos. A los quince años, Valeria fue parte del Colectivo Poesía Sub 25, compuesto solo por hombres. Al ser la primera mujer en ser parte de este grupo descubrió desde su propia experiencia los tratos diferentes. Sufrió en carne propia acoso y discriminación por parte de hombres que conformaban los espacios literarios que frecuentaba.
“Existe una buena intención de no juzgar a las mujeres, sino de ver objetivamente su trabajo, pero justamente las expresiones femeninas y feministas son las que se quieren negar o ver sin importancia dentro del arte, de la poesía hecha por los hombres que han construido tradicionalmente desde su masculinidad los estándares de calidad en la literatura, así como en otros espacios”, agrega.
Valeria, siendo aún una adolescente de quince años, tenía que escuchar comentarios que menospreciaban su trabajo como escritora. “Oye escribes bien para ser mujer”, era lo que le decían algunos compañeros en las reuniones a las que asistía para compartir su poesía.
“Creo que cuando una mujer se introduce a estos espacios de creación y empieza a publicar o a ser una figura mediática, se da cuenta de aquellas taras y experiencias que todas pasamos en este tipo de círculos: acoso, habladurías y maltrato al trabajo de una”, menciona.
En un principio, recuerda que no reflexionaba sobre el asunto, pero a partir de los movimientos como el Comando Plath, conformado por varias mujeres organizadas que empezaron a visibilizar la violencia hacia ellas en el ámbito de la literatura, decidió hacer algo más.
Ingresar a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para estudiar filosofía impulsó a Valeria a formar un círculo de estudios femeninos como respuesta a la poca participación de las mujeres en las carreras de humanidades. “En la facultad de filosofía la participación femenina era de 5 mujeres por cada 50 hombres”, agrega.
Para ella, decir las cosas que estaban ocurriendo era una necesidad, “el hecho de que las mujeres alcemos nuestra voz frente al maltrato que sufrimos, combate el silencio al que hemos sido sometidas, al miedo de no expresar nuestro dolor”. Por eso, aprovecha el espacio que le da la poesía para decir las cosas que están mal.
La joven poeta busca generar iniciativas académicas más formales para establecer alianzas con otras mujeres y promover el diálogo entre aquellas que no tienen el acceso a los espacios universitarios. El asunto, dice Valeria, es comprender cuál es el lugar social de la reproducción, visibilizar la presencia de las mujeres en el espacio público, en la comunidad académica copada de hombres. En suma, levantar la voz y hacerse sentir. “Yo no concibo la idea de saber lo que sucede y quedarme callada”.
Escribe: Joselyn Leyva
Imagen: Asociación Peruana Japonesa