Una casona antigua y abandonada que una vez fue un colegio es ahora un espacio artístico comunitario. La artífice del cambio se llama Iris Añasco, profesora de danza afroperuana y activista que, en búsqueda de un salón para poder dar sus clases, llegó a una casa okupa en el centro de la ciudad de Valparaíso en Chile e hizo de ella una poderosa herramienta de transformación social.
Allí vivían alrededor de treinta personas en su mayoría hombres, artistas circenses y viajeros de paso que utilizaban el espacio principalmente para hacer fiestas. Ella vio un potencial distinto.
“La necesidad tiene muchos puntos: la viviendo, la salud, la alimentación, el agua, pero en este momento en este espacio estamos priorizando a la infancia. Yo creo que los adultos son niños empobrecidos y si ayudamos a la infancia también nos reconstruimos nosotros mismos”, responde Iris cuando se le pregunta qué la motiva a seguir con este proyecto.
Inspirada por la cultura afrodescendiente a la que se vinculó en uno de sus viajes a Perú, Iris decidió que la cadencia del cajón y la belleza de esa danza aprendida en la mismísima Chincha, guiada por las mujeres de El Carmen, debía ser uno de los primeros aportes para compartir en alguno de los talleres de esa casona convertida.
Poco tiempo después, al lado de un grupo de artistas, el objetivo se alcanzó: el lugar empezó a ofrecer diversión e integración comunitaria a través del arte. La china, como le gusta que la llamen, fue la primera en dar un taller de danza dentro de la casa que ahora lleva el nombre de Chakana, Espacio de Autogestión Comunitaria.
Decidieron llamarla así porque querían englobar todo lo que son, la unión con los ancestros, de lo divino con lo mundano, representado en este símbolo geométrico de partes iguales. La, ahora, casa cultural busca contribuir con la educación infantil y actualmente acoge a la escuela comunitaria Ubuntu, que brinda clases libres a niños que nunca han ido al colegio.
“Como grupo Chakana estamos construyendonos desde las bases, trabajando con más organizaciones que tengan proyectos independientes conformados por madres y padres que trabajan para entregarle una educación coherente a sus hijas e hijos”, indica Iris.
Además, se ofrecen talleres de acondicionamiento físico para acrobacias y equipos aéreos con la compañía de teatro Pandora, laboratorio de tango, danza y percusión afro mandingue, música en conjunto con la comparsa La Calle y talleres de artes integradas, con el fin de ir creando redes que fortalezcan la cultura local y la integración vecinal.
Aquí el feminismo es practicado también a través de los hombres, no es un espacio separatista. Iris busca a través de su arte trabajar en conjunto con jóvenes que también están en el proceso de la deconstrucción, para generar un mutuo acuerdo de educarse y re educarse entre ellos mismos.
Para Iris, la danza con propósito le ha permitido convertir la adversidad en insumo para crecer. El arte de sanar para crear. “Cuando te sientes mal tu cuerpo es tu cárcel. De pequeña vivía en un lugar muy machista. Cargué por muchos años la culpa, el miedo y las huellas de la violencia. La danza me ayudó a liberarme, a romper con el peso”, dice.
A través de distintas actividades culturales, estos espacios comunitarios han permitido dar alegría a la gente. Poder trabajar en grupo, poder crear comunidad a través de la danza, es para Iris parte vital de la comunicación universal. “No necesitas palabras. Se puede hablar a través del cuerpo: solamente bailas y la gente es feliz, en todas las culturas y en todos los lugares”. Así sea. Siempre.
Escribe: Joselyn Leyva
Fotografía y video: Álvaro Mesías
*Reportaje especial desde Valparaíso, Chile.