La directora Agnès Varda nació en 1928 en Ixelles, en las afueras de Bruselas, hija de un padre griego y una madre francesa, construyó una carrera cinematográfica con maestría y perfil bajo. Su película más exitosa y conocida, Cleo de 5 a 7, narraba en tiempo real la tensa espera de una cantante que aguarda el resultado de la prueba médica que le comunicará si tiene cáncer, un perturbador presagio de la enfermedad que muchos años después acabaría con su creadora.
La lucha feminista y el interés por los asuntos sociales constituyeron otra línea directriz de su filmografía. Lo demostró en películas como Una canta, la otra no (1977), crónica de la emancipación de las mujeres en los setenta; sus documentales sobre los Panteras Negras o sobre el muralismo en Los Ángeles, donde vivió junto a su marido, el director Jacques Demy; o Sin techo ni ley (1985), una vibrante semblanza de una joven sin hogar con la que conquistó el León de Oro en Venecia.
Varda se interesó también por el combate ecologista en Los espigadores y la espigadora (2000), crítica al consumismo desaforado de nuestro tiempo con la que defendió el reciclaje y la frugalidad como posible salvación. En Las playas de Agnès (2008), analizó su trayectoria en paralelo a su biografía, demostrando que el cine y el vida eran, para ella, una misma entidad.
Su penúltimo proyecto fue Caras y lugares (2017), radiografía de la Francia profunda y nuevo testimonio de su amor al prójimo, que codirigió con el fotógrafo JR, uno de esos jóvenes que solían rodear a esta mujer eternamente moderna. Mujer de sonrisa indeleble y un carácter afable que supo combinar a la perfección con la firmeza ( algunos dirían que llegaba al autoritarismo) a la hora de rodar. Así lo evidencian los archivos y el propio reconocimiento de la directora: en un momento conmovedor de su última película, la directora pide disculpas a una de sus actrices, Sandrine Bonnaire, por haberla tratado con injusta aspereza treinta años atrás.
El diario El País describe así a la mítica directora: «Varda fue una personalidad solar, aunque también tuvo sus eclipses. En los últimos segundos de metraje, Varda se sentaba frente a la cámara y lloraba desconsolada, destapando sin pudor lo que se escondía detrás de ese disfraz colorista que se hizo a medida. Era una imagen terrible e imborrable, que ni siquiera su muerte conseguirá llevarse».
Aunque hayan pasado más de 60 años desde su primera película “La Pointe courte”, la mirada vanguardista de Agnès Varda es y será siempre referente de las generaciones de cineastas que vendrán. Su libertad y honestidad a la hora de contar historias enseñan a vivir en armonía con el entorno y a valorar la voz que llevamos dentro. Todo con la sutileza y la naturalidad de quien sabe bien que lo mejor es dejar que la realidad se muestre tal cual.
La esencia de su cine ha permanecido intacta, a pesar de la necesaria evolución de cualquier artista. Algo que se evidencia en sus diálogos sobre la felicidad, en aquellos encuadres tan cercanos a la vida , pero sobre todo en aquella voz, muchas veces en off, que acompaña sin imponerse, que nos habla desde el corazón sobre temas que hasta el día de hoy siguen presentes.
Escribe: Redacción MQT