En el Perú hay más de 15 millones de mujeres. Es decir, según datos del INEI, ellas representan el 50 % de nuestra población. De esta cifra, la mitad integra la Población Económicamente Activa (PEA), donde ganan 700 soles por las mismas horas de trabajo por las que un hombre gana 1000 soles. Sin embargo, ambos pagan los mismos precios cuando compran algún producto en cualquier tienda o establecimiento. Una desigualdad que no solo se refleja en el mercado laboral sino en nuestra idiosincrasia frente a situaciones cotidianas.
Por ejemplo, ¿considerarías normal ver a un padre dedicándose al hogar mientras la madre trabaja y sostiene económicamente a la familia? ¿Por qué aún es inusual que las mujeres elijan dedicarse a su carrera en lugar de soñar con casarse o ser madres? ¿Por qué todavía es normal que muchas mujeres no estudien en la universidad/instituto o que nunca hayan terminado la escuela? ¿Por qué los feminicidios ocupan páginas de todos los diarios y cuando un hombre va a una comisaría, a denunciar un abuso por parte de una mujer, es burlado por la propia autoridad? Estas son solo algunas interrogantes que parten de acciones que observamos a diario y que nos llevan a respuestas no siempre acertadas. En un mundo plagado de estereotipos sobre los roles de género, nos toca pensar cómo revertirlos.
Un largo camino
Desde los inicios de la civilización, la mujer se ha encargado del cuidado del hogar. Este rol ha sido atribuido como consecuencia de ser la encargada de procrear a los hijos y, por lo tanto, criarlos y administrar la casa. Por otro lado, el rol del hombre ha consistido en proveer y sostener la economía como jefe de familia. Sin embargo, con la liberación femenina, el mercado laboral ha empezado a cambiar y la participación de las mujeres crece cada vez más. Una situación que se debe a la lucha por los derechos laborales y al trabajo formal, pero que tiene como contratiempo el limitado acceso a la educación que muchas mujeres tienen alrededor del mundo.
Por ejemplo, una tendencia actual es priorizar las áreas de Ciencia y Tecnología. Estas son necesarias para el desarrollo y la competitividad de los países en un mundo cada vez más globalizado y tecnológico. Resulta sensato que en ese proceso también se incluya a las mujeres. Pero esta exclusión continúa siendo una realidad. Alizon Rodríguez, Máster en Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología por la Universidad de Salamanca en España, ha realizado una investigación sobre las relaciones de género en la formación científica universitaria. Allí señala que la familia, la escuela y los espacios de socialización reproducen estereotipos de género que influyen en la orientación vocacional y la formación universitaria de hombres y mujeres.Una maquinaria social que genera desigualdad entre ambos sexos. Esta situación se traduce en la asociación entre hombres-ciencia y mujeres-espacio doméstico.
Sin embargo, estas conductas pierden sentido al comprobarse que tanto hombres como mujeres tienen la misma capacidad para aprender desde temprana edad. Al respecto, el Instituto APOYO -a través de su evaluación de competencias matemáticas en el nivel Inicial- ha evidenciado que niñas y niños de 5 años logran progresos similares en su rendimiento cuando reciben un programa de educación diferente al tradicional. Invertir en educación genera crecimiento económico, progreso en la salud pública, mayor seguridad ciudadana y una mejor calidad de vida. En otras palabras, una buena educación es capaz de protegernos.
El siguiente video se volvió viral luego del caso del feminicidio de Eyvi Agreda:
En el contenido se observa a un joven hablando del machismo. Un problema que afecta tanto a hombres como mujeres, y que se fortalece desde la casa, la escuela, la publicidad y las diversas fuentes que repiten el estereotipo de que el hombre es superior a la mujer. La violencia puede ser física o psicológica, pero el resultado es siempre el mismo: la discriminación hacia el más débil. Esta es una conducta que se esconde en las frases más comunes:
«Mi hija sirve para labores de la casa, mi hijo para trabajar y ser profesional. Una mujer no puede rechazar a un hombre. Las muñecas, la cocina y la plancha para la niña; los robots, el fútbol, las herramientas, la ciencia y la tecnología para el niño. La mujer debe cumplir ciertos requisitos para ser valorada: ser recatada, saber cocinar, ser bonita, ser “perfecta”. La mujer debe estar subordinada o al servicio del hombre».
Esta situación puede revertirse desde la misma escuela, generando un espacio de transformación que promueva seguridad psicológica. La profesora Amy Edmosnon, de Liderazgo de Novartis en la Escuela de Negocios de Harvard, define este espacio como una sensación de confianza en que el equipo no hará sentir vergüenza, no rechazará y no castigará a nadie por decir en alto lo que piensa. Un trato que se basa en la confianza interpersonal y el respeto mutuo, independientemente de ser hombre o mujer, padre o hija, hermano o hermana, esposo o esposa, docente o alumna, madre o hijo, amiga o amigo. Para ello debemos contemplarnos como iguales para mejorar nuestras relaciones, vencer los estereotipos y lograr la ansiada equidad. Las escuelas dispuestas a asumir el reto de la transformación deben convocar, con un discurso sin exclusiones, a directores, docentes, escolares, madres y padres, para hacerles entender la relevancia de educar a sus hijos e hijas como personas que se miran con igualdad de derechos. La clave está en el respeto de sus diferencias biológicas y la certeza de que eso no significa ninguna diferencia en sus capacidades ni en sus oportunidades en la vida.
Contenido realizado en colaboración con el Instituto Apoyo
Escribe: Marcela Trinidad, gerente de Proyectos