“No se trata de sacrificarme para salvar el mundo, sino de usar mis pasiones y mis intereses para hacerlo”, dice Inés Kudo, resumiendo la visión del mundo que ha guiado su vida desde que tuvo uso de razón. Psicóloga de profesión y reformadora por vocación , Inés se dio cuenta que para cambiar el mundo tenía que mejorar la educación. No lo leyó en un libro ni tampoco se lo contaron. Lo suyo fue vivencia y experiencia.
Inés estaba en su último año escolar cuando trabajó en un voluntariado con un colegio de La Ensenada, un asentamiento humano en Puente Piedra, un distrito al norte de Lima. La tarea consistía en realizar talleres para niños conjuntamente con otros alumnos de quinto año de esa misma escuela. Allí empezó a forjar su convicción de que la educación puede cambiarlo todo.
Unos meses después, cuando ella y sus amigos lograron ingresar a distintas universidades limeñas, gracias a las oportunidades que les daba el ser de clase media, estar formados en escuelas privadas y poder pagar clases intensivas en academias, un pedido se convertiría en la motivación para tomar acción. “Para marzo todos nosotros éramos universitarios, pero los chicos de La Ensenada —que tenían nuestra edad— habían salido del colegio y no tenían opciones. Entrar a una universidad buena era una competencia de 10 a 1”, recuerda Inés.
Aquellos jóvenes tenían la misma capacidad que ella, pero que su educación —pública y limitante— les había jugado en contra y buscaron apoyo en los flamantes cachimbos. Inés respondió al llamado y lideró el grupo que daría forma a un nuevo proyecto. En ese entonces la acompañaba Javier Coello, quien era su pareja y luego sería su esposo. Y fue así que, antes de cumplir la mayoría de edad, Inés se convirtió en la directora de la academia “Damián de Molokai”, una iniciativa apoyada por la congregación de los Sagrados Corazones, que les cedió un fondo para los materiales y también un salón de la parroquia.
“Si a una persona que no tiene recursos, cuyos padres incluso no saben leer, le das educación de calidad, esa persona puede cambiar la historia de su familia y de su vida. Lo veo. Lo he visto con estos chicos y lo he visto en mi carrera profesional y se ve en la vida”, dice con convicción.
Su interés por renovar la educación se vio aún más fortalecido en su primer año en la universidad por otra experiencia de voluntariado, esta vez con la educación rural —a la que le dedicó varios años como profesional tiempo después— en Andahuaylillas, Cusco, donde trabajó con una comunidad campesina haciendo talleres con adolescentes y niños.
Inés afirma que la vocación hacia la acción social le viene de familia, La consciencia sobre sus privilegios: haber nacido aleatoriamente en una familia con recursos (“no teníamos carro, pero teníamos comida, casa y una educación privada”), le forjó una idea: “no es ético vivir en el mundo ignorando el sufrimiento de los más pobres”.
“Si tuviste una buena educación y oportunidades, tienes que pensar en cómo lo pones al servicio de los que no”, subraya. Y esa satisfacción por sentirse útil, por usar su talento para generar un impacto positivo, la acompañan también en su más reciente proyecto.
Una alternativa a la escuela
Inés y Javier se casaron cuando él ya había sido diagnosticado de cáncer. Decidieron formar una familia juntos, aprovechar el tiempo que les quedaba, pero al final este terminó siendo más corto del esperado. Tuvieron un hijo, el cual Inés ahora cuida y cría sola. Durante tres años se preocupó por darle un espacio de socialización y, recién concluido ese tiempo, buscó un colegio donde su pequeño pudiera desarrollarse. Sin embargo, se topó con un problema: su hijo no se acostumbraba al espacio.
Fue su hermano (“que siempre ha sido un antisistema”) quien la motivó a encontrar una solución distinta: no meter a los hijos al colegio, sino educarlos desde casa. En esas estaban cuando le arrojó un término que no conocía: micro schooling, las micro escuelas, “la educación del mundo de hoy”.
En Estados Unidos, un programador de Google había llegado a la misma conclusión que Inés unos años antes: la educación tenía que cambiar. Creó los “alt-schools”, escuelas basadas en tecnología y cambió el paradigma: “el docente acompaña, el adulto no es el que imparte conocimiento, no te dice si está bien o mal lo que has hecho, es el que ayuda a discernir y reflexionar y enfrentar las dificultades, facilita e inspira con cosas nuevas”, puntualiza Inés. La iniciativa dio a luz también a la Acton Academy, que luego —por necesidad— rompió las barreras de los límites territoriales. Los responsables se dieron cuenta que lo mejor que podían hacer para difundir este tipo de educación era afiliar a padres en otros países —que comparten su angustia por el sistema— para que postulen y ejecuten lo aprendido en sus propios espacios. Y claro, Inés fue aceptada.
Así nació Tinkuy Marka Academy, no una escuela alternativa sino una alternativa a la escuela. Sucede que la educación tradicional le dice al estudiante que cada año debe aprender algo, pero no le dice para qué y cuando llega al quinto año te preguntan qué quieres estudiar y no sabes quién eres. Con Tinkuy, Inés quiere ayudar a los niños a encontrar a encontrar su propósito en la vida lo más pronto posible. El enfoque es al revés: vamos a ayudarte, darte oportunidades, para que sepas quién eres desde chico. Qué te gusta, qué haces bien, qué te emociona y qué te inspira. Solo así vas a saber qué quieres hacer de tu vida, sostiene Inés.
Dice también que el propósito de una vida nace de la intersección de tres cosas: aquello en lo que fluyes (lo que te apasiona tanto que te hace perder la noción del tiempo), tu talento (no somos buenos para todo, tenemos que descubrirlos) y el mundo (las injusticias y oportunidades que existen para usar mis talentos).
Educación para salvarlo todo
Inés sabe que su trabajo puede ser por momentos frustrante. Ha trabajado también con el ministerio de Educación en distintos proyectos e iniciativas, varios de los cuales terminaron aplicándose a medias o siendo cancelados antes de poder ver resultados. Pero eso no le quita la esperanza, prefiere ver el vaso medio lleno. Sobre los fanatismos que se oponen a una educación de calidad, opina que es lo que nos toca vivir ahora: el gran péndulo de la historia humana una vez más se inclina hacia las ideas totalitarias e intolerantes. Pero Inés considera que, si bien parece que estamos dando vuelta en círculos, también estamos ascendiendo hacia un mejor futuro.
A pesar de las circunstancias y las dificultades, está convencida que todo niño puede aprender si le ofreces educación de calidad. “Mejor si le ofreces almuerzo y desayuno para que no tenga hambre y mejor si le ofreces electricidad para que no tenga que estudiar a oscuras, pero un buen maestro hace toda la diferencia”, concluye. Y la evidencia, le da la razón.
Escribe: Diego Pereira