Como todos los domingos, Sofía Mauricio -cajamarquina de 56 años- se sienta en la cabina de Radio Unión para conducir No Somos Invisibles. Aunque es una emisora pequeña y su alcance menor, la voz de Sofía llegará a unas 13 mil personas. El 90% serán trabajadoras del hogar. Hoy escucharán el tema: “El acoso sexual”. Hace una semana fue la “Compensación por tiempo de servicio”; antes fue “La importancia del ahorro”; o “¿Qué es lo que más extrañas de tu tierra?”. “Queremos que nuestras oyentes, la mayoría mujeres, entiendan que no tienen que soportar maltratos, ni discriminación, ni humillaciones”, explica Sofía, frente al micrófono
Sofía Mauricio fue empleada del hogar desde los 7 años. Durante su vida trabajó en 10 hogares. En muchos de ellos conoció la infelicidad. A los ocho años, en una casa de Cajamarca, la obligaban a comenzar sus labores a las cuatro de la mañana porque tenían un restaurante. Terminaba su trabajo a las 11pm, luego de haber limpiado, cocinado, matado cuyes o gallinas. Luego de haber molido ajos, ajíes o lavado los trastes. Pero si cometía un error iniciaba su calvario. Si rompía un plato, le pegaban. Si mataba una gallina y la sangre del animal manchaba las paredes, la golpeaban. Si se quedaba dormida por el cansancio, le tiraban agua fría.
En la casa de Cajamarca donde Sofía trabajaba había más niños de su edad. Pero eran hijos de la dueña de la casa y al ser ella la trabajadora, jugar con ellos era lujo, más que eso, una prohibición. Le impedían esa migaja de felicidad. “Allí empecé a notar que hacían diferencia entre las personas”, cuenta. Y añade: “Llegué a esta casa porque mi mamá me dejó allí para que trabaje. Ella no tenía cómo mantenerme ya que éramos cinco hermanos”, recuerda. “Y yo pensaba que eso (los maltratos) estaba bien porque me daban un plato de comida, así sean sobras; o me daban una cama, así sea en un rincón incómodo de la casa. Yo creía que estaban siendo buena gente”, cuenta.
Pero los maltratos continuaban. En otra casa, ya en Lima y cuando tenía 12 años, su empleadora sin darle ninguna razón la metió al baño y le cortó el cabello. Comenzó a sentirse un objeto. Pero llegar a la capital le dio una oportunidad. Se puso a estudiar. Terminó su primaria en la nocturna y allí conoció a unas amigas en su misma situación. Es así que empezaron ajuntarse todos los domingos a hablar de sus problemas. Sin rencores, sin odios. Solo con la complicidad de compartir el mismo martirio diario.
Con el tiempo, esa confianza entre ellas comulgó en una hermandad. Notaron que juntas podían hacer algo bueno y formaron el Sindicato de Trabajadoras del Hogar de la Victoria. Sofía comenzaba a tomar voz de liderazgo. Pronto notaron que había otras organizaciones similares y comenzaron a entender que debían juntarse y defender sus derechos. Por esos años conoció a Blanca Figueroa, gestora de la ONG Asociación Grupo de Trabajo Redes, a la que pertenece la agencia de empleos La Casa de Panchita, que ofrece servicios de trabajadoras del hogar, pero resguardando sus derechos y sin cobrar comisiones. En 1996 Sofía se incorporó a esta organización civil y comenzó a empoderar mujeres. Les enseñaba sus derechos, les hacía notar lo mucho que valía su trabajo, su persona, su origen. Lo hizo tan bien que se convirtió en vocera de la Casa de Panchita. Después se sumó el programa radial, No somos invisibles y muchas trabajadoras del hogar la comenzaron a ver como ejemplo de resistencia, de superación, como un modelo a imitar, ya que ella superó sus mismos padecimientos.
En el Perú hay medio millón de trabajadoras del hogar. Solo el 47% tiene seguro. Mientras que un escaso 11% aporta al fondo de pensiones. Hace once años se aprobó la Ley de Trabajadoras del hogar, pero parece letra muerta ya que la gran mayoría de empleadores no cumple con darles Seguro, CTS, gratificaciones, ni vacaciones. A ello se suma la falta de implementación del Convenio 189 sobre las trabajadoras y trabajadores domésticos 2011, de la Organización Internacional del Trabajo recientemente ratificado por el Perú. En este se estipula –por ejemplo- que los colaboradores del hogar deben ganar un equivalente al sueldo mínimo, en Perú es de S/. 930. Pero aún se ven casos de mujeres u hombres que ganan S/. 500 o S/. 600, sobre todo si son migrantes nacionales o extranjeros.
En América Latina –según la Federación Internacional de Trabajadores del Hogar- la situación es un espejo con efecto amplificado. La mayoría de empleadas del servicio doméstico son mujeres que enfrentan riesgos de explotación, tráfico humano y sus ganancias son las más bajas de todos los empleos, por lo que tienen que vivir por debajo de la línea de pobreza.
“Las condiciones de las trabajadoras del hogar siguen siendo parecidas a las del siglo pasado”, dice ahora Sofía Mauricio. “Cuando las capacito y me cuentan sus experiencias, veo que nada ha cambiado”, cuenta. “Desde La Casa de Panchita buscamos que las trabajadoras del hogar aprendan a valorar su oficio, exijan sus derechos y realicen así una labor digna”, señala. Y aunque los avances parecen escasos y sus avances son lentos como ver crecer una flor, ellas ya saben que su trabajo es digno, que no deben dejarse explotar por sus empleadores. Y hay pequeños logros. Cada día ganan un poco más, aunque todavía es muy poco. Algunos empleadores han tomado consciencia de que no deben exponer a estas trabajadoras a horarios ni tratos miserables. “Somos personas que cuidamos sus casas, hijos, abuelos, mamás. Somos seres humanos con ambiciones, deseos y no debemos renunciar a nuestras vidas. Somos valiosas. Ha llegado el momento del cambio”, dice Sofía convencida de que así es, de que así será.
Escribe: David Gavidia
Fotos: Cortesía Enel Perú