Las mujeres indígenas queremos ser consideradas como parte de la solución para alcanzar el desarrollo sostenible
“Yo soy de una comunidad que hasta ahora está en el mapa de la extrema pobreza, San Francisco de Pujas, en la provincia de Vilcashuamán, en Ayacucho, una comunidad quechuahablante, campesina e indígena”, dice Tarcila Rivera Zea (68), ayacuchana, fundadora de Chirapaq y miembro del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas.
La lideresa indígena ha transitado desde la niñez un camino empedrado por la dificultad. “Soy de esas niñas monolingües que van a la escuela formal donde todo es en castellano”, nos cuenta Tarcila mientras complementa en su relato que a los 10 años fue enviada a Lima para vivir con su padre. Pasó meses sin ir al colegio hasta aprender el castellano. Recién entonces reinició su vida escolar y tuvo que empezar desde el primer año.
Tarcila vivía con su padre y primos, hasta que una profesora se ofreció a darle cobijo en su casa. Supuestamente estaba interesada en su integridad, pues “decía que una niña no podía vivir sola con hombres”. Fue el inicio de una etapa dura e injusta: la señora la tomó como empleada doméstica a cambio de comida y de una cama, mientras que en el colegio, ser pobre y quechuahablante fueron motivos también del maltrato de sus compañeras.
Pero de todo aquello, ella extrajo un capital de fortaleza. “A veces me detengo a mirar mi pasado y pienso que si no me hubieran pasado todas estas cosas, no estuviera hoy acá. Soy descendiente de los chankas, por eso resistí”, dice, orgullosa de sus raíces.
Lejos del estereotipo de indígena pobre y desvalida, Tarcila construyó un camino digno sobre la base del esfuerzo. A los 21 años terminó la secundaria comercial, donde además fue coordinadora editorial de la Asociación de Periodistas Escolares en el Callao. Eran tiempos del gobierno de Juan Velasco. Fue cuando trabajaba allí, como secretaria en ese centro, que le avisaron de un oferta de trabajo en el Instituto Nacional de Cultural (INC): necesitaban una secretaria taquimecanógrafa. Rindió el examen y ganó el concurso para ese puesto.
Allí conocería a Marta Hildebrandt, quien con su exigencia la ‘obligó’ a pensar mejor, a mirar más allá y a tratar de ser siempre eficiente. “Ella nos decía: ustedes son secretarias de una institución cultural, no son secretarias de una fábrica de carros. Aprendí mucho de ella”, recuerda. Poco tiempo después, en 1975, Rivera ganó una beca que otorgaba la OEA para estudiar en la Universidad de Córdoba, en Argentina. Se formaría como archivera en Historia. “Mientras todos estaban en las peñas en Córdoba, yo estudiaba en medio de un invierno terrible y me quedaba en un alojamiento sin calefacción porque la mitad de mi beca la tenía que mandar mi familia” recuerda.
En los ochenta representó al INC en el primer encuentro indio en el Perú. En1986, junto con la cantante tradicional cusqueña Juanita del Rosal, fundó Chirapaq, Centro de Culturas Indígenas del Perú. Eran tiempos violentos en el Perú. “Este fue el inicio de un largo caminar en el que luchamos por la defensa y fortalecimiento de nuestra cultura e identidad y el reconocimiento de nuestros derechos económicos, sociales, políticos y culturales como personas y pueblos”, relata.
Teniendo como eje a la mujer, Chirapaq- que significa “centellar de estrellas”, en quechua ayacuchano- busca fortalecer a las mujeres para que sean dirigentes andinas y amazónicas, que tengan responsabilidades en las organizaciones. “Nuestra institución surge para la formación de liderazgos con conciencia indígena”, detalla.
Desde entonces, ha participado en numerosos eventos globales en los que ha llevado la voz de las sociedades originarias peruanas, en temas de derechos humanos, medio ambiente, lenguas originarias, género, entre otros. Además, ha contribuido a la creación de redes de mujeres indígenas alrededor del mundo. Fue también por eso que, en el 2016, fue designada miembro del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas: “Me siento orgullosa porque fue el Estado peruano el que me propuso para ser miembro. Y eso tuvo que ver con mi trayectoria. Estoy encargada de los temas que han sido mi preocupación de toda la vida”, indica.
Tarcila también participa como expositora en las convenciones de cambio climático (COP) de las Naciones Unidas, desde el punto de vista indígena. “El cambio climático afecta la producción de cultivos y la seguridad alimentaria de los pueblos indígenas. Es importante incluir el conocimiento de las mujeres indígenas en las medidas que abordan el problema”, explica.
Sobre los derechos de las mujeres, la lideresa señala que a las mujeres indígenas les ha costado entender el feminismo. “Cuando me inicié en el movimiento indio me decían que era una feminista. Eso no gustaba a los líderes varones indígenas, porque decían que no había problemas de género en el movimiento, que todo eso era occidental. Yo, como mujer, siempre estaba en un espacio y ,como indígena, en otro. Pero al mismo tiempo iba juntando mi rol como indígena y como mujer hasta desarrollar, ahora lo puedo decir, una visión más amplia del ser mujer. Una que lucha por los derechos humanos, sin dejar de lado el desequilibrio que hay en las relaciones dentro del mundo indígena entre hombres y mujeres, niñas y niños. Que las mujeres indígenas participásemos del movimiento mixto nos permitió tomar mayor conciencia de nuestra posición, capacidad y problemas”, detalla. Solo es cuestión de seguir en la brega.
Alberto Ñiquen
Periodista. Editor en Lamula.pe