Reducir las brechas de las mujeres nos hará crecer como país
El 19 de marzo de 1911, más de un millón de mujeres se unieron en Europa para reclamar su derecho al trabajo y el fin de la discriminación laboral. Más de un siglo después las mujeres de todo el mundo seguimos fortaleciendo su legado para hacer efectivo ese derecho y erradicar la discriminación todavía vigente.
El 40% de las mujeres en Perú no tienen ingresos propios, el 45% en las zonas rurales, y a partir de los 55 años el porcentaje se incrementa. Esto significa que casi la mitad de las mujeres depende económicamente de un hombre. En las últimas décadas las mujeres peruanas se han incorporado paulatinamente al mercado de trabajo, aunque todavía concentradas en los sectores considerados “feminizados”, que son más precarios e informales. Según un estudio del del INEI publicado en el 2017, la tasa nacional de informalidad para las mujeres es del 75%.
Acceder a un empleo y a unos ingresos de calidad es un requisito fundamental para la autonomía económica y social de las mujeres. Generar ingresos propios permite acceder a estudios, créditos o propiedades, e implica un incremento de la libertad en el uso del tiempo, inversión en educación, en salud o en ocio. Que las mujeres contemos con ingresos propios tiene efectos directos sobre el desarrollo de las comunidades y la tasa de escolarización de niños y niñas. Tener recursos económicos es también un salvoconducto que facilita la salida de situaciones de violencia machista que, solo en el 2017, ha dejado 81,009 víctimas (de maltrato físico, psicológico o sexual).
Las mujeres peruanas estudian más, durante más años, trabajan más horas y son más productivas, a pesar de esto, ganan un 38% menos, y como muestra el siguiente gráfico, siguen ocupando pocos sillones directivos:
Las razones de que ganemos menos y alcancemos menos puestos directivos se justifica en los roles muy bien acomodados de nuestra estática naturaleza discursiva. Se considera que las mujeres dedicamos menos horas al trabajo remunerado porque nos ocupamos de las tareas de cuidado y crianza (de criaturas, tercera edad o personas enfermas), de las labores domésticas (cocina, limpieza) y de las comunitarias. Según la OIT, el empleo de las mujeres -tanto el remunerado como el no pagado- es uno de los factores que más contribuye a reducir la pobreza en los países en desarrollo.
Esta realidad indiscutible sustenta una la creencia de que nuestra productividad es menor que la de los hombres, lo que dificulta nuestro crecimiento profesional, desoyendo las evidencias internacionales que a través de investigaciones muestran lo contrario: las mujeres generamos el 37% del PIB mundial y en un presumible escenario donde se diera un alto grado de paridad e igualdad entre hombres y mujeres que desarrollan el mismo trabajo, se añadirían hasta 28 billones de dólares a la economía mundial en 2025, lo que supondría un incremento del 26% del PIB (McKinsey & Co.). El FMI indica que, si la participación laboral de las mujeres fuera igual que la de los hombres en Estados Unidos, su PIB crecería un 5%y en Egipto, hasta un 34%. En algunos casos, el PIB podría crecer hasta un 34%. Para ello hay que seguir eliminando barreras que solamente discriminan e implementar medidas que se basen en dos ejes: políticas sociales para que el Estado se haga cargo de las tareas de cuidado que faciliten la conciliación de hombres y mujeres; y reformas fiscales coherentes que no desincentiven la participación de las mujeres en el mercado de trabajo.
Cuando las tareas de crianza y domésticas se repartan entre hombres y mujeres, ambas personas podremos desarrollarnos académica y profesionalmente, lo que se traducirá en mayores ingresos y bienestar familiar. Esto sirve para planificar una economía familiar y también la de una nación.
María José Gómez
Directora Forge Perú