Las mujeres que han sufrido violencia además de un apoyo psicoterapéutico también necesitan un trabajo
Margarita Ccopa golpea con un martillo el cuero que utilizará para los zapatos de bebé (mocs) que produce en el taller donde trabaja. Tiene 64 años, pero labora con la fuerza de una mujer de veinte. Con cada martillazo olvida su historia. La de su hija, quien murió cuando dio a luz a los 22 años.
Se llamaba Juliana. Su pérdida le provocó una depresión que la empujó a buscar a una psicóloga. Fue en el consultorio de Padma, una ONG que atiende a mujeres que han sufrido violencia, cuando a Margarita se le presentó una oportunidad laboral: la asociación fundaría ‘Puriy’, una pequeña empresa que contrataría a aquellas mujeres para producir mocs, carteras, billeteras y llaveros. Margarita tenía cinco hijos más aparte de Juliana, así que aceptó.
Tres años después de haber dicho que sí, no hay rastro de esa tristeza. “
Me siento útil y eso me hace feliz. He cambiado mucho. Antes estaba muy deprimida, ahora me siento más tranquila y sé que hay gente que me apoya. Puedo ayudar en casa porque tengo mis ingresos y esto nos ayuda porque mi marido está enfermo”, cuenta mientras sonríe.
Puriy significa “camino» en quechua y simboliza “el camino hacia un nuevo futuro”. Margarita y otras cuatro mujeres se han tomado a pecho el nombre y por eso han transformado sus difíciles historias en un motor para continuar con sus vidas gracias a este trabajo. Lo hacen desde el 2014, en un taller que el colegio Fe y Alegría les facilitó.
Su directora, Elizabeth Rosas Rojas, sabe que muchas mujeres que han vivido una situación de violencia no solo necesitan apoyo psicológico —que aquí lo tienen—, sino también un trabajo que las vuelva económicamente independientes.
Lo más difícil ha sido lograr un equilibrio entre empresa social y proyecto social. “Es muy complicado. Éramos un equipo que no tenía mucha experiencia en negocios”, dice Elizabeth, quien no ha estudiado una carrera empresarial, sino psicología.
En el último año, sin embargo, Puriy ha logrado que sus productos se vendan en ocho tiendas de Lima. Esa estabilidad les permite hacer una convocatoria para contratar a más mujeres que hayan experimentado alguna situación de violencia sexual, física o psicológica.
Las puertas están abiertas para que se unan a Margarita y las demás trabajadoras que laboran como en cualquier empresa: con un horario —que varía de acuerdo a cada caso— y con un pago por producto vendido. Ellas ponen la mano de obra y Puriy, los insumos y los equipos.
El avance de Puriy se refleja en las sonrisas que Margarita intercambia con Miriam Montalvo (36), una madre soltera que tenía problemas con su hija adolescente. Ella también llegó aquí luego de visitar a una psicóloga de Padma, cuyos consultorios están en Villa El Salvador. Al inicio dudó en asistir porque creyó que iba a existir alguna presión laboral, pero tres años después se atreve a decir que Puriy fue “un milagro en un tiempo oscuro para mí”.
Lo ideal es que en tres años cada una de ellas haya logrado aprender lo suficiente para luego conseguir un puesto de trabajo o abrir un negocio propio. El objetivo de Puriy es realista: vender más productos para poder ayudar a que más mujeres cambien sus vidas con su propio dinero. O sea, no regalarles el pescado sino enseñarles a pescar.