Viajera empedernida. De mochilera o como investigadora, Patricia recorrió el Perú y varios países del mundo antes de recalar en Chachapoyas. Antropóloga de profesión, fotógrafa por afición y amante de las montañas, lleva poco más de un año inmersa en un proyecto que no era parte de sus planes pero que ahora ha abrazado con entusiasmo.
“Nunca pensé trabajar en turismo. Vengo de una familia que está en el negocio de turismo hace cuarenta años más o menos. Creo que era algo a lo que me resistí mucho tiempo. Mis hermanos se subieron a ese barco pero yo siempre quise seguir mi camino, siempre aposté por lo mío, hasta que finalmente volví al nido pero con la mirada distinta que me da la antropología”.
Así explica Patricia Quiñones su rol de coordinadora de sostenibilidad de la “Casa Hacienda Achamaqui”, que es a lo que se dedica actualmente. Pero antes de llegar aquí hubo mucho camino recorrido por comunidades campesinas en Puno, en Ayacucho y hasta un viaje a Nepal. En ese lejano destino vivió durante un año trabajando como voluntaria de una ONG española enseñando a tomar fotos a jóvenes como ella que se entrenan para ser guías turísticas, campo habitualmente reservado para los hombres en dicho país.
Como buena caminante, a Pato, así la llaman sus amigos, los retos no la amilanan. En Chachapoyas, un destino que recién estamos comenzando a descubrir al mundo, está intentando —con éxito— que el turismo no sea “una actividad depredadora” o que solo genera ingresos a la empresa familiar de la que es parte, sino sobre todo “que sea una experiencia única” para los visitantes y que, además, produzca “micro impactos” concretos en la economía de artesanos y artesanas. “Si tú creces, la gente crece”, nos dice Pati convencida de su apuesta.
Patricia relata cómo cuando llegó a “Casa Hacienda Achamaqui” la decoración del hotel incluía “implementos de cowboys” y otras rarezas que nada tenían que ver ni con el entorno, ni con la identidad cultural de Chachapoyas. Entonces puso manos a la obra: comenzó a contactar a hombres y mujeres dedicados a la artesanía de la zona para incluir sus productos no solo en el decorado sino como objetos en venta en un espacio en el mismo hotel, al lado de otros productos locales.
La tarea no es nada fácil porque implica un aprendizaje de ida y vuelta, donde hay que lidiar con la lógica del productor para el cual la artesanía es parte de un conjunto de actividades que le permiten su sustento y con la lógica de la empresa que no es “una ONG y no puede subvencionar un proyecto de capacitación”, sino que es un negocio. Y eso no es todo porque también hay que lidiar con “las lluvias que a veces hacen que se retrase la producción”, y la informalidad que es tan normal en el mundo rural “no hay factura, no hay recibo… pero tiene que haber así que tenemos que ir a la SUNAT”. Patricia hace el recuento de obstáculos sin una pizca de resignación.
Ante los problemas Patricia no se amilana.
“Si es necesario amanecerme viendo cómo solucionar los problemas que se me presentan, pues lo hago”.
Ese espíritu le viene de su padre y de su madre, que nunca cejaron en el negocio en medio de las varias crisis —políticas y económicas— que vivió el país y que golpearon duro a su familia.
Su paso por la ONG SER le enseñó lo que era el trabajo en red y que, aunque pueden haber muchas ideas, «hay que centrarse en una en concreto para avanzar”. Por ello ha promovido la creación de una red de ocho hoteles y restaurantes llamada Musuq Runa (Nuevo Amanecer) que viene organizando un sistema de compra de seis productos de la zona: “queso, panela, yogurt, café, miel y hongos de Luya”. Algo que comenzó por algo tan sencillo como hacer un directorio de los productores con los que cada uno trabaja y compartirla, permitió luego identificar y contratar a aquellos que cumplen con los estándares que exige la industria turística.
Pero la red además está preocupada por el medio ambiente, buscando una salida al problema de los residuos que produce la actividad en coordinación con el gobierno local: “no puede ser que si lo que ofrecemos es un entorno ambientalmente sano parte de la basura que producimos termine en ‘la catarata de la vergüenza’”. Luego de escucharla uno entiende porque Patricia es la presidenta de la red.
“Aunque no es fácil ser mujer y encima joven, sobre todo en un medio como Chachapoyas, no me canso. Voy una, dos tres veces…hasta que ya me comienzan a hacer caso”. Y así como este surgirán otros retos a los que está más que dispuesta: “Yo soy inquieta y lo ideal es yo no tenga que estar siempre para que la cosa funcione” En ese momento, como dice ella “ la Pato alzará el vuelo ” otra vez.
Javier Torres
Antropólogo. Miembro del comité editorial de MQT.