Se confesaba una mujer muy seductora, capaz de fijar la mirada en un hombre y tenerlo inmediatamente a su lado. Usaba un perfume muy raro de la marca francesa Guerlain y servía whisky a sus amigas poetas para hablar de hombres. Pero el carácter de mujer, para ella, se extendía a una particularidad en la mirada que iba más allá del brillo de sus propios ojos que contemplaba largo rato en el espejo. “La mujer se atreve a mirar los rincones, las manchas de las paredes, la suciedad, el dolor, pero de otra manera”, dijo alguna vez.
Puede que la poesía de Varela abordara el despojo, la pobreza, la maldad, el cuerpo, la muerte, la maternidad -o, en todo caso, como escribió el peruanista Roberto Paoli: estuviera adherida directamente a la conciencia, fuera de todo tema-. Pero con el lugar que pasó a ocupar en la historia de la poesía y la literatura peruana, trazó también un ideal de mujer.
“En aquellos días todos cantamos”, escribió Octavio Paz sobre la Generación del 50 en el prólogo de Canto Villano, el primer título que agrupó la obra de Varela. “Y entre esos cantos, el canto solitario de una muchacha peruana: Blanca Varela”. Ella era la excepción. Más allá del círculo europeo al que se refería específicamente Paz, ese “todos” servía también para nombrar a gran parte del entorno poético de Varela en otros espacios y tiempos: Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, César Moro, Emilio Adolfo Westphalen, Carlos Germán Belli, José María Arguedas, Sérvulo Gutiérrez, Alejandro Romualdo. Varela se hizo un lugar en una tierra ocupada, en gran medida, por hombres.
Fue parte de la excepción femenina incluso hasta en sus últimos años de vida cuando, con los siete libros que publicó, se convirtió en la segunda mujer en ganar el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, después de dieciséis ediciones. Y la primera en obtener el Premio internacional de poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca, que en trece años ha premiado solo a tres mujeres más.
Cuando La Casa de la Literatura Peruana realizó en el año 2016 una de las exposiciones más completas sobre su vida y obra, lo primero que se señalaba en la presentación era que su trayectoria poética y vital representaba “un ejemplar resumen de algunos de los mayores logros que en el Perú y en el mundo se han alcanzado desde la segunda mitad del siglo XX y que se proponen como algunas de las principales tareas a proseguir en el futuro”. Esos logros eran tres: un conocimiento integral de la idea de país, la modernidad cultural y la independencia de la mujer.
La presencia de Varela fue tan particular para su momento que Paz no se resistió a resaltarlo. “Cierto, nada menos ‘femenino’ que la poesía de Blanca Varela”, escribió en el prólogo señalado. “Al mismo tiempo, nada más valeroso y mujeril”.
Varela insistió siempre en que la poesía era una manera de ser, de estar en el mundo y que le permitía alcanzar la abstracción. “Es el deseo de ser una fantasía”, explicó en una entrevista. Si bien en su tiempo pareció serlo, con el tiempo se ha transformado en una referencia, por el contrario, real.
Raúl Lescano
Periodista. Ha sido editor de la revista Poder.